viernes, 27 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

La señal de la Cruz

La señal de la cruz debería ser un signo habitual en la vida de todo cristiano. Hacer la señal de la cruz al iniciar y acabar el día, al empezar nuestra oración diaria, cuando nos disponemos a trabajar o estudiar, al salir de casa, al bendecir la mesa o al terminar de comer, ayuda a ir poniendo a Dios en los momentos y circunstancias más destacadas de nuestra jornada.
En cada señal de la Cruz adora agradecido las manos traspasadas de Cristo, sus pies heridos, su cabeza cubierta de espinas, su costado abierto, su Corazón traspasado. Besa con el alma cada uno de esos sufrimientos del cuerpo y del alma de Cristo, pidiendo que esa salvación de la Cruz sea realmente eficaz en tu vida y en la de tus hermanos, los hombres. Marca con ese gesto de la cruz tu vida y tu persona, para que el misterio de Cristo crucificado vaya empapando cada uno de tus sentimientos y actitudes.
Si nos doliera el pecado de los hombres y la mediocridad que adormece a tantos cristianos, no nos importaría el rastro de todas esas heridas y sinsabores, que va dejando en el alma nuestra entrega apostólica. Cuánto sufrimiento se pierde en vano, sin llegar a tener alcance oblativo y redentor, porque lo vaciamos de Dios y no lo asociamos a la Cruz de Cristo.
Pero, nos repele la Cruz y huimos de ella, porque nos asusta e incomoda esa parte de nuestra fe cristiana que nos habla de una salvación a base de Calvario y Getsemaní. Diluimos el Evangelio en el agua de nuestras comodidades y tibiezas, reduciendo nuestra fe cristiana a una mera ideología del bienestar espiritual. Acostúmbrate a hacer a menudo la señal de la Cruz, para que no olvides nunca que fuiste y eres salvado en Cristo. Abrázate a ella, como se abrazó la Virgen Madre a ese bendito madero, mientras descolgaban de él a su Hijo ya muerto. Que ese signo de la Cruz sea, de verdad, el distintivo de tu vida.

jueves, 26 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

El termómetro de la fe

“La fe es confiar en lo que no se ve”. Dicho así, parecería que sólo unos memos, unos ingenuos, podrían creer. A lo anterior habría que añadir: “eso que no se ve, se nos ha dicho a través de alguien que nos merece toda la autoridad”.
La fe, por tanto, se mide por nuestro “ver” a Cristo como Salvador, que nos ha revelado, mediante el ejercicio de su autoridad divina, su intimidad con el Padre y con el Espíritu Santo. Perder de vista semejante acontecimiento, lo que Jesús dijo de sí mismo y de su divinidad, es ir a lo nuestro, es decir, caer en la rutina y, en definitiva, olvidarnos de la finalidad a la que estamos llamados: participar de la misma intimidad de Dios.
La finalidad última de nuestro ser criatura tiene su origen y su fin en Dios. Y, desde ahí, nuestra vida de fe adquiere un sentido verdaderamente peculiar. No andamos a tientas. Nuestro alimento es el mismo Dios, el Hijo hecho carne, que se nos da gratuitamente para que nuestra fe se robustezca.
¡Qué gran invento el de la Iglesia! Gracias a ella, Dios encuentra la mediación adecuada para que se nos garantice, hasta el fin de los tiempos, el no vivir en el desamparo o en la ceguera espiritual. La Iglesia, de esta manera, es el gran termómetro de nuestra fe, porque vemos a través de ella los grandes misterios de nuestra salvación, y en ella nos movemos, garantizándonos que nunca estaremos huérfanos. Cristo, Esposo de la Iglesia, la asiste permanentemente gracias a la donación del Espíritu Santo, que es el que nos hace recobrar la esperanza cada vez que somos presa de nuestra debilidad.
La fe, por tanto, nos hace fuertes, porque nuestra confianza está puesta en Aquel que nos ha dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”… Y estas palabras permanecen en la memoria de la Iglesia, que a pesar de contener tantos pecados, los tuyos y los míos, es también Iglesia santa, porque nos confirma su amor virginal en esa fidelidad a Cristo hasta el fin de los siglos.

miércoles, 25 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Sigue al Señor con tu cruz

Cuando Jesús anima a sus discípulos a seguirle con la cruz, no habla de una cruz en abstracto, sino de la que a cada uno corresponde en cada momento de nuestra vida: tu cruz… mi cruz. Evidentemente, que no se trata de ningún adorno que llevamos en el pecho, o de ese objeto piadoso que tenemos en nuestra habitación. Se trata de abrazar el sinsabor de cada día, el fracaso inesperado, la desilusión ante ese plan no realizado, la crítica que nos asalta, esa pasión desordenada que nos agobia, esa enfermedad que nos postra, una ironía que nos humilla…
Son tantos los momentos que en cada jornada experimentamos la pequeñez de lo que somos, que sólo hay dos salidas: emplear el voluntarismo de nuestro orgullo, o la aceptación interior. La primera, nos lleva a estar permanentemente a la defensiva, en guardia, buscando recursos para afirmar nuestro ego, llegando incluso a fórmulas donde la mentira y el engaño son nuestros aliados. La segunda, la aceptación interior, es acompañar a Cristo en ese camino del Calvario, donde nos unimos a una entrega que no mide los condicionamientos, sino que se da hasta inmolarse por amor. Esta última sólo es posible llevarla a cabo cuando, más allá de la resignación, nos abandonamos en las manos de Dios, con la confianza filial de quien sabe estar correspondiendo a un amor más grande que la suficiencia personal.
La cruz, la tuya y la mía, es vivir cara a Dios nuestra condición de hijos suyos, es decir, con la generosidad del que está desprendido absolutamente de todo lo que le pertenece. Esa cruz es también la que nos hace responder con caridad cristiana nuestra relación con los demás, empleando la paciencia, los detalles de cariño, empezando por los más próximos, tu familia, tus amigos, tus compañeros. La cruz, en definitiva, es saber que sólo la ternura es capaz de romper el hielo de la desconfianza cuando nos damos a otros sin esperar nada a cambio.

martes, 24 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré?” (Mt 26,15)

A veces, el comportamiento de personas de la Iglesia nos puede escandalizar. No podemos imaginar que puedan tener una vida que no sea coherente con su estado eclesial. Y, sin embargo, todos cuantos formamos la Iglesia somos limitados y pecadores. Gracias a Dios, se trata de situaciones excepcionales, pues a lo largo de la historia son mayoría aquellos que con generosidad y entrega han ido gastando su vida en bien de las almas. Lo que ocurre es que esa manera de vivir, en todo el mundo, siempre se ha producido de manera silenciosa y escondida, sin esperar, en la mayoría de las ocasiones, el reconocimiento y el aplauso de los demás. Cuántas personas entregan su vida a Dios en situaciones quizá desconocidas para ti y que nunca serán noticia. Cuántos detalles de bien habrás recibido y han pasado inadvertidos a tus ojos. Cuántos cristianos dedicados a mitigar el dolor y el sufrimiento de los hombres, sólo porque descubren en cada uno de sus rostros el mismo rostro de Cristo Jesús, no el de la compensación humana, o el del triunfalismo mundano.
No caigas en el puritanismo de pensar que todos los que tienen alguna responsabilidad en la Iglesia, no deberían pecar. Judas acompañó al Señor hasta que lo entregó en Getsemaní por un puñado de monedas. Jesús lo sabía desde el principio y nunca lo denunció públicamente, sino que en todo momento esperó el arrepentimiento de aquel que le traicionó. ¿Seremos tú y yo más que el Hijo de Dios para juzgar o condenar a otros? Tocas, ahí, el misterio de la libertad. El Señor espera de ti tu oración y entrega personal. Lo demás, incluso la tentación de convertir la excepción en la norma de «todos son iguales», es dar pábulo para que el escándalo sea instrumento del diablo y no de la misericordia.

viernes, 20 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“Te daré las llaves del Reino” (Mt 16,19)

Sabemos, por la tradición, que Pedro estableció su sede primero en Antioquía y después en Roma. Allí, las primeras comunidades de cristianos veneraron siempre con especial piedad todo lo que se refería a la persona y al ministerio apostólico de Pedro. Fue Bernini quien, en el s. XVII, construyó el majestuoso baldaquino que custodia la tumba del apóstol y el altar de la confesión, coronados por detrás con la magnífica vidriera del Espíritu Santo.
La Cátedra de san Pedro es la Santa Sede, pero la fiesta litúrgica celebra y conmemora el momento en que Cristo entrega al apóstol “las llaves del Reino” y le constituye piedra sobre la que fundamentar todo el edificio de la Iglesia. De esa piedra depende tu fe y en ella has de apoyar siempre tu comunión con la Iglesia, a pesar de los vientos de modas y opiniones que zarandean de acá para allá, con sus criterios demasiado políticos y mundanos, la barca de Pedro.
Reza cada día por el Papa. No dejes de leer y conocer su magisterio, pues siempre encontrarás en él criterio cierto y seguro que iluminará las confusiones y errores que otros te cuentan. Defiéndelo siempre, porque defenderle a él es defender a Cristo. Y no dejes de creer en la promesa de Cristo: que las puertas del infierno no prevalecerán nunca contra la Iglesia, por más que parezca que, a fuerza de navegar contracorriente, la barca de Pedro se hunde.

jueves, 19 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“A la orilla del mar de Galilea” (Lc 5,1) En tiempos de Jesús, Nazaret era una pequeñísima aldea agrícola, situada al sur de la región de Galilea. Rodeado de colinas y de paisaje adusto, Jesús creció en esta zona del interior, acostumbrado al trabajo artesanal y agrícola que abastecía su ciudad natal. No pocas veces, acompañando a su Madre, oiría a las vecinas y a las gentes de la aldea comentar pequeñas noticias que llegaban desde Tiberíades, ciudad a la orilla del hermoso mar de Galilea. Desde aquel mar, por el oeste, salía el camino que conducía a su ciudad de Nazaret. Quizá más de una vez el Señor tuvo ocasión de acompañar a algún vecino mercante de Nazaret hasta aquella ciudad, encrucijada importante para la actividad económica de la región. La emoción y delicia de ver el mar por primera vez, el atractivo de aquellas aguas que tocaban el cielo allá en el horizonte, la curiosidad y extrañeza ante aquellas gentes pescadoras que remendaban las redes y lavaban su pescado. Ningún detalle se escapaba de la mirada apacible de aquel divino forastero. Sentado a la orilla de aquel mar de Galilea, ¡cuántos ratos de íntima oración hablando con el Padre! Sí, sus apóstoles debían ser como aquellos pescadores. Hombres acostumbrados a no cansarse ante el trabajo duro e ingrato, a trabajar en la oscuridad de largas y frías noches, amigos de la soledad y del silencio que tantas veces envuelve el trabajo de altamar, que no reparan en la pobreza de sus propias redes, remendadas y recosidas cada día, al terminar el trabajo de la noche. Hombres acostumbrados a vivir con la incertidumbre de depender del trabajo y de la pesca de cada día. Aquellas gentes entenderían muy bien al Señor cuando les llamara a ser pescadores de hombres, cuando les hablara de su Padre providente, de la necesidad de orar en el silencio y en la soledad del propio corazón, de la necesidad de tomar su cruz cada día. Aquellas olas del mar de Galilea, que acudían incansables a la orilla buscando tocar los pies descalzos del Maestro, fueron, quizá, las primeras compañeras y confidentes de los secretos del Reino que llenaban el corazón de aquel joven

martes, 17 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Miércoles de ceniza. Recuerda que eres polvo

En el Génesis, el barro con que Yahvé modeló al primer Adán es imagen que habla de nuestra condición creatural, material, finita y limitada. El barro, por ser materia, no puede darse la vida a sí mismo sino que la recibe de Dios. Y, así como tenemos un origen, tendremos también un final, pues no hay nada material que pueda, por sí mismo, ser eterno en el tiempo. Pero el barro del primer hombre del Génesis recibió con el soplo de Dios ese algo de divino que nos asemeja a nuestro Creador.
La liturgia del miércoles de ceniza, al inicio de la Cuaresma, nos recuerda que, además de ser barro a imagen de Dios, somos también barro de pecado. Aquel polvo con que Yahvé modeló al Adán del principio fue tomado de una tierra virgen y era sólo polvo de gracia, pues no había en el hombre pecado original.
Tú y yo somos ahora polvo de gracia y de pecado, pero llamados a ser polvo de gloria. La cuaresma nos recuerda aquel principio del hombre creado en gracia y, al mismo tiempo, nos recuerda también ese final de nuestro tiempo y de la historia, en el que nuestra carne resucitará para siempre transformada en barro de gloria. Mientras tanto, caminamos entre las luces y sombras de un corazón que se debate continuamente entre dos fuerzas desiguales: la gracia y el pecado.
Recuerda que fuiste hecho con la fragilidad de un barro y polvo que el Señor sacó de la nada, pero con la capacidad de albergar en ti la infinitud del amor de Dios. No dejarás de ser barro y polvo traspasado de gracia y de pecado, aunque el mundo te diga otra cosa. Toda tu grandeza está es saberte continuamente modelado por ese amor de Dios que traspasa cada uno de los minutos de tu existencia.

lunes, 16 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“¿Es lícito pagar tributo al César?” (Mt 22,17)

En muchas ocasiones los judíos de entonces quisieron poner al Señor entre la espada y la pared. En una ocasión fue a propósito de los asuntos del mundo. Los romanos eran los invasores de Israel, considerados los blasfemos de Dios. Para muchos judíos pagar impuestos a los opresores era atentar contra la misma ley divina.
Cristo resuelve la cuestión poniendo a cada uno en su sitio. No mezclar a Dios con argumentos temporales también nos puede resultar difícil. Es más, ¿cuántas veces hemos puesto como excusa nuestra fe para resolver o ignorar un problema que compete estrictamente al orden de lo humano y del mundano? No reclames la solución fácil de un milagro cuando aún no has puesto los medios humanos suficientes y necesarios para gestionar tus asuntos y problemas.
No le eches la culpa a Dios de lo que tu puedes hacer y no haces. Sí, el hombre ha sido creado por Dios, pero Él nos ha dado la libertad necesaria para asumir nuestras propias responsabilidades. Poner a Dios como excusa para resolver nuestras impotencias es olvidar que estamos hechos a su imagen y semejanza, es decir, actuar delante de los demás con coherencia, libertad y justicia. Se trata, en definitiva, de poner en práctica la prudencia de nuestro entendimiento y nuestra voluntad. En esto consiste la autonomía de las realidades temporales.

UN RATITO CON EL SEÑOR


“Todo el pueblo madrugaba para ir donde Él” (Lc 21,38)
Cuenta Ireneo de Lión que en el edén del principio no existía el sueño. Aquel primer Adán, barro infante, no sabía ni podía dormir, porque había sido creado para contemplar continuamente el rostro de su Dios. Vivía en la perpetua vigilia del amor, en la alerta de la comunión con su Dios amado. De aquellas vigilias primeras quedó, ciertamente, en el hombre la necesidad de vigilar, de madrugar y de buscar la luz. 
Aquellas gentes, que se levantaban con prisa antes de las primeras luces del alba para llegar pronto junto al Señor, parecía que huyeran de la noche porque su oscuridad les alejaba de la luz. El día, en cambio, les ofrecía el amor de un rostro amable y la verdad de una palabra siempre veraz. Un atractivo irresistible, inefable, tendría aquella compañía de Cristo, que suscitaba en las gentes el deseo y la premura de un encuentro cercano con El. 
Tus noches, si no están dominadas por el pesado sueño del pecado y la mediocridad, llevan siempre la promesa del alba y de la luz del día. Dios las permite para que no caigas en el falso espejismo de compararte y hasta igualarte con El. Por la oscuridad de esas noches Dios te hace más mendigo, más desnudo, para que, al alba que El decida, puedas ser revestido de una presencia suya más íntima y, con la luz de un nuevo día, veas más claramente esos ojos divinos que vigilaban tus oscuridades. 
Has de vigilar ese alma tuya que fácilmente se adormece en la comodidad, en las faltas de omisión, en las críticas y juicios, en la ira, en la vanidad o en la soberbia. Has de procurar buscar ese poco de luz que sólo encuentras en la compañía de Cristo, si no quieres que tu día a día vaya convirtiéndose en una noche larga y sin sentido, llena de estéril activismo y de la soberbia oscuridad de tu yo.

domingo, 15 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Tener el coraje de no ser nada.

En la cruz no había nada: ni belleza humana, ni poder, ni riqueza, ni fama. Sólo había amor. Un amor despojado de todo atractivo humano, revestido de fracaso, de abandono y de mucha desnudez. Y así, en ese amor crucificado, vivía el Señor el mayor despojo de sí mismo y la mayor entrega al Padre. Y a la cruz sigue la sepultura, el desaparecer de toda figura y rostro humano en esa tiniebla y oscuridad en la que se hace fecundo el grano enterrado.
Has de tener la valentía y el coraje de no ser nada, de no ver o entender lo que Dios permite en tu vida, de querer enterrarte en el anonimato y el olvido de los hombres, de pasar desapercibido a los ojos de muchos, de no ambicionar esa honra humana, tan efímera como voluble, que infla el orgullo y hace estéril tantos apostolados. Que no te asuste vivir tu fe en el rincón de los pequeños, de los que no son importantes a los ojos de los hombres, de aquellos con los que nadie cuenta, de los que nunca son consultados, valorados o aplaudidos. Y no con una actitud de victimismo egocéntrico sino con la conciencia viva y alegre de que te estás crucificando con Cristo.
Despojarse de uno mismo es el camino para gustar el amor de los íntimos de Dios, ese que anida en el corazón de la cruz y que hace creíble tu vida cristiana. No pretendas vivir tu fe cristiana sin mucha renuncia y negación de ti mismo, porque te enredarás en la maraña de un continuo flirteo con la santidad y con la mediocridad, sin llegar nunca a la auténtica entrega a Dios.

viernes, 13 de febrero de 2015

SABATINA DE LA HERMANDAD

Recordamos que mañana día 14 de febrero, celebraremos sabatina a la Stma. Virgen del Rosario, la cual se retraso la semana pasada por el encuentro de hermandades del Rosario, celebrado en Alcalá de Guadaira.

jueves, 12 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Un criado y dos señores “Ningún criado puede servir a dos señores” (Lc 16,13). El problema es que se nos contagia del ambiente ese afán de contemporizar, de acomodarse a todo, de quedar bien con todos, de vivir encendiendo una vela a Dios y otra al diablo. Y, además, esa tendencia natural a lo mínimo y justito, a lo más cómodo, a lo menos exagerado y radical, a vivir con dos caras, una ante el mundo y otra ante Dios, nos acostumbra a vivir una vida cristiana instalada en la mediocridad, en la incoherencia y en el rasero de los meramente cumplidores. A la larga no se puede mantener un cristianismo a medias, dividido entre dos amos, “porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien, se entregará a uno y despreciará al otro”. Tarde o temprano esa doble vida y esa doble fe, en la opinión del mundo y en la verdad de Dios, termina por resquebrajarse y ponernos entre la espada y la pared. O, al menos, así es de desear, porque mucho peor es la situación de aquellos que se conforman con vivir su cristianismo siempre a dos aguas, como criado embustero que engaña a la vez a sus dos señores. A éstos, su propia tibieza y mediocridad les sirve ya de castigo, porque no hay nada que genere más infelicidad que no tener un ideal por el que entregar tu vida. Entrégate de verdad, sinceramente, sin rodeos; al mundo, o a Dios, pero entrégate. Ahora bien, ya que te entregas hazlo por la felicidad más grande, la que no pasa, la que te llena de verdad. Y, ya que te entregas, prueba la mayor entrega y la más gozosa, esa de la cruz, que es donde encontrarás la verdadera y plena felicidad ya en este mundo. Que ese crucificado sea tu verdadero y único Señor.

martes, 10 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Servir a todos

Servir exige la necesaria humildad de ponerse por debajo de otros. ¿Cómo tienes que servir? Como Cristo sirvió. Contémplale lavando los pies a sus discípulos: al que había de negarle, al que recostó la cabeza sobre su pecho, al que eligió para ser roca de la Iglesia, a los que se disputaron el primer puesto, al que le vendió por treinta monedas. Contémplale curando a los más necesitados, consolando a la madre viuda, devolviendo la vista a tantos ciegos, saciando el hambre de multitudes, predicando a todos las cosas del Reino. Pues bien, ninguno de estos servicios podrá jamás igualar en algo al mayor y supremo servicio de la Cruz.
No te importe dedicarte a tareas aparentemente inútiles o a ocupaciones que no te dan relumbrón ante los demás. No te importe hacer tu aquello que nadie quiere hacer. ¿Que terminan todos aprovechándose –incluso abusando– de tu disponibilidad? ¿Que van buscándote por interés o conveniencia y hasta se sirven de ti y luego te olvidan? Muchos de aquellos leprosos, ciegos, enfermos, que pidieron al Señor una curación también se acercaron al Maestro por puro interés y luego se olvidaron de El; algunos, incluso, estuvieron mezclados entre aquella turba que gritó crucifixión para el Señor el día de Viernes Santo. Si tu mayor o menor disponibilidad está, como una veleta, a merced de antipatías y simpatías, de políticas humanas, de la buena o mala opinión que te pueda proporcionar, del beneficio propio que puedas obtener, entonces tu actitud de servicio no irá nunca más allá de los límites de una miope filantropía que se va haciendo cada vez más egoísta. La verdadera caridad no se cansa de amar, en Dios y desde Dios. Y no teme servir hasta la humillación de la Cruz, si con eso imita en algo el amor de aquel Dios inclinado a lavar los pies de sus criaturas.

lunes, 9 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“No se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1) El alma en gracia es un alma en paz. A la medida de tu fe en Dios será también la serenidad de ánimo con que afrontes las circunstancias de la vida. En el orden humano, perdemos la paz interior porque ambicionamos ese poco de reconocimiento y de consideración que nos da el mundo, porque no nos conformamos con lo que somos o tenemos, porque no aceptamos nuestra forma de ser y la de los demás, porque los planes de Dios no coinciden con los nuestros, porque nos creamos derechos y exigencias que son sólo espejismos y una ilusión que fabrica nuestro egoísmo. En el orden espiritual, muchas inquietudes y turbaciones nos vienen de nuestra abulia para luchar contra nuestros pecados y defectos, o de imaginaciones que nos impiden ver las cosas con suficiente realismo espiritual. Puede ser que la intranquilidad surja en el alma suscitada por el Espíritu Santo, que nos incomoda y desinstala para movernos a una mayor entrega a Dios. Otras veces la turbación y la inquietud pueden proceder de la tentación del demonio y llegar a convertirse en ocasiones de gracia y de un mayor arranque en la entrega a Dios. Ten la suficiente cautela para sospechar de esa otra aparente calma interior en la que duermen el mal, la mediocridad y la tibieza, y que te hace creer que ya eres lo suficientemente bueno y cumplidor, que no tienes apenas caídas y pecados, que al fin y al cabo no eres tan malo como otros, o que no hay que complicarse más la vida. No es esta la paz que vino a traer el Señor. Y mala señal será que avances por el camino de tu vida cristiana sin haber tenido que librar algún que otro combate para que triunfe en ti la gracia de Dios.

sábado, 7 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Las prisas de Satanás

Es contundente la seguridad con que la Biblia afirma, de diversas maneras, el final de esta historia y la transfiguración de este mundo en esos cielos nuevos de los que habla el Apocalipsis. Este tiempo, por tanto, es breve. Aunque queden todavía miles o millones de años, el fin temporal del pecado y del mal está señalado por Dios. El libro de este mundo llegará a escribir su última página y su última palabra. Por eso, Satanás tiene prisa, mucha prisa, por librar su batalla contra Dios en cada una de las almas. Sólo dispone de tu vida, muy corta, para impedirte tu salvación y tu entrega a Dios. En cambio, el tiempo de Dios, que es la eternidad, escapa de los parámetros de nuestro tiempo finito, de nuestros esquemas tan canijos y de nuestras perspectivas tan miopes.
En nuestras prisas y agobios, en nuestra ambición por aprovechar y agotar el tiempo de que disponemos, hay mucho de esa lucha de Satanás contra Dios. El agobio nos impide amar a Dios porque implica un amor desmedido y extremo por nuestras cosas, por nuestros planes, por nuestro tiempo. En la prisa y en el agobio yo me erijo señor y dueño absoluto de mi vida y de mi tiempo, en lugar de dejar que la providencia de Dios sea la que gobierne ese tiempo y esa actividad. Cuántas veces has experimentado esa acción casi imperceptible y suave de Dios que, en un instante, te resuelve eso que tu pensabas requería mucho más tiempo. Vivir en la calma y sosiego, aun en medio de una tremenda actividad, dispone el alma para esa contemplación de Dios, que hace de las cosas ocasiones de la presencia de Dios y del tiempo esos pequeños anticipos de la eternidad en la que algún día viviremos. No dejes que el demonio venza a Dios en cada uno de los minutos de tu vida y llena tu tiempo sólo de salvación, no de condenación .

viernes, 6 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“Alzó los ojos al cielo” (Mc 6,41) Sin darnos cuenta, el inevitable quehacer del día a día va erosionando nuestro deseo de Dios, nuestra visión de fe sobre las cosas, la atención interior a la presencia de Dios en el alma, el sentido sobrenatural de los acontecimientos. Nos pueden los agobios, las necesidades y los tiempos que marca ese afán diario que llevamos a cuestas como una pesada losa. Y terminamos por meter en el mismo saco de los deberes y obligaciones las cosas y los tiempos de Dios, sin terminar de creer que es precisamente ahí, en Dios, en donde encontraríamos el vigor espiritual y, al mismo tiempo, el descanso necesario para sobrellevar con espíritu cristiano esa losa pesada del día a día. Ese lastre de ruido interior, de ambiciones excesivamente mundanas, de prisas y activismo estéril, de desorden en el horario, va generando en el alma una especie de miopía espiritual que nos impide ver desde Dios, con visión y sentido sobrenatural, esas pequeñas o grandes cosas que tejen nuestra vida diaria. Cuentan los evangelios cómo Jesús tenía la costumbre de alzar la mirada al cielo, al Padre, allí donde estaba su amor y su todo. Más allá del angosto horizonte del pecado, de la miseria humana, de los dolores y sufrimientos de tantos enfermos, de la incredulidad y ceguera de los suyos, de las críticas, incomprensiones y torcidas intenciones de algunos fariseos, de la urgencia con que la gente le pedía remedio a sus enfermedades, de las injusticias de todo tipo que también él debía padecer, Jesús no dejaba de elevar sus ojos al Padre. La oración de la mirada es la oración del alma que va aprendiendo a ver, con visión sobrenatural, con los ojos de la fe, todas las cosas, acontecimientos y personas que tejen el día a día de nuestra vida. Cultivar esa oración de la mirada es no plegarse a esa otra mirada mezquina y corta que no tiene más centro y medida que el ombligo de nuestro propio egoísmo y soberbia. Por encima del pequeño horizonte de tus problemas, has de aprender a vivir alzando a menudo los ojos de tu alma al cielo, a ese Jesús en quien has de encontrar el sentido y el descanso a todos tus trabajos.

Alfonso Gómez Manzanares - Hermano Mayor

jueves, 5 de febrero de 2015

CAMBIO DE DIA DE LA SABATINA

Buenos días.

Queremos informar a todos los hermanos de nuestra hermandad y devotos de la Ntra. Sra. del Rosario Coronada, que debido al encuentro de hermandades que se celebrará éste sábado en la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira, y al desplazarse gran parte de la junta de gobierno a dicho encuentro, la sabatina que habitualmente se celebra en honor de nuestra titular, el primer sábado de cada mes, se postpone al siguiente sábado día 14 de febrero.
LA JUNTA DE GOBIERNO


UN RATITO CON EL SEÑOR

Amar al otro por sí mismo La persona es un absoluto relativo; sólo Dios es el absoluto absoluto. Pero la persona humana, cada persona, tiene un valor único y precioso que sólo Dios ha podido darle por el hecho de haberla creado a imagen suya. En sí misma considerada, toda persona es un bien tal que sólo puede ser adecuadamente correspondido con el amor. Por tanto, no es digno de ella, y por tanto de Dios, todo aquello que rebaje a un nivel infrapersonal el amor que debemos al otro. Hay muchas formas descaradas de utilitarismo, de objetualización e instrumentalización del otro que son frontalmente rechazables por lo que suponen de humillación de la persona y deformación del verdadero amor. Pero, tu y yo estamos llamados a purificar esas otras formas –mucho más disimuladas y sutiles– de instrumentalización y cierto utilitarismo que nos hacen amar al otro sólo por interés, por conveniencia, de forma pasajera, por puro compromiso, mientras me sirve para algo, porque es de los míos o mientras piensa como yo pienso. No es justificable ninguna forma de utilizar o instrumentalizar al otro ni siquiera en nombre del bien, del apostolado, del servicio a la Iglesia o de la creencia en Dios. Hemos de amar al otro por sí mismo, no por lo que tiene o hace, y buscando sólo su bien mayor que es Dios. ¿Te imaginas al Señor acercándose a los publicanos, fariseos, prostitutas, enfermos, a sus mismos discípulos y apóstoles, por mero interés proselitista, intentando aprovechar sus influencias, quedando bien con ellos para conseguir los intereses del Reino? No des a otros el trato que no quieras recibir para ti y ama a todos con la medida con que tu eres amado por Dios.

Alfonso Gómez Manzanares - Hermano Mayor 

miércoles, 4 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Con este nuevo espacio, quiero compartir con ustedes una pequeña reflexión diaria para que que nos ayude a pasar un ratito con con el Señor. Después de ese encuentro personal con él, debemos salir al mundo y que gran en nosotros la Buena Noticia. No es trabajo fácil, pero con la ayuda de Dios, poco a poco lo conseguiremos. Recibid con esta reflexión un saludo cariñoso en Cristo y María del Rosario Coronada, su Santísima Madre. Alfonso Gómez Manzanares - Hermano Mayor

“Boga mar adentro” (Lc 5,4) Aquel día, como de costumbre, Jesús se acercó a la orilla del lago de Genesaret para predicar a la gente que solía acudir a oírle. A lo lejos, detrás de la multitud, se fijó en aquellos hombres que lavaban sus redes y limpiaban sus barcas, después de la dura faena de la noche. Estaban cansados, tenían hambre, habían dormido poco y mal, la pesca había sido muy escasa y, además, las redes estaban tan viejas y gastadas que no había ya por dónde recoserlas. No era, quizá, el mejor momento para acercarse a ellos y hablar y, sin embargo, sí que era el momento de Dios. El Señor se acercó y dijo a Simón: “Boga mar adentro”.
Pedro reaccionó como lo hacemos también tu y yo cuando nos importuna e incomoda la entrega a Cristo. Aquel rudo pescador sacó toda la artillería pesada de pegas, excusas, explicaciones y justos motivos para no complicarse la vida: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada…”. Cuánto cuesta no instalarse en la mediocridad, no conformarse con cumplir los mínimos, no pactar con nuestros defectos, no cansarse de empezar una y otra vez, no justificar nuestra comodidad, no consentirnos más faltas de omisión, no dejar para luego las cosas de Dios. Tienes aún mucho que remar y mucho mar por recorrer: orar más, examinar mejor tu conciencia, mejorar tu carácter, crecer en piedad, luchar con más energía contra tus defectos de carácter, superar la impuntualidad, entregarte con más generosidad al apostolado, cumplir mejor tus deberes profesionales, cuidar más la presencia de Dios en tu actividad diaria. No te pares más a remendar y recoser esas redes viejas y desgastadas de tus continuas excusas, pegas y justificaciones, porque mientras te detienes en la orilla de tu mediocridad, el Señor espera para subirse a tu barca y llenarla con gran cantidad de peces.



lunes, 2 de febrero de 2015

FESTIVIDAD DE LAS CANDELAS Y SAN BLAS

Éstas son las próximas celebraciones que se realizarán en la parroquia junto a toda la comunidad de la iglesia de Ntra. Sra. del Rosario Coronada.
Hoy, con motivo de la festividad de la presentación de Jesús en el templo, en la eucaristía se celebrará la fiesta de las candelas, donde se bendecirán las velas signo de luz y que representan lo que hoy se celebra. Será en la misa de las 19.30 h.
De igual manera, mañana día 3, festividad de San Blas, también en la misa de las 19.30 h. se realizará como ya es habitual, la bendición del Pan.