viernes, 10 de abril de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Lo absoluto y lo relativo

A pesar de que el Evangelio narra muchas curaciones, quedaron en el anonimato tantos y tantos enfermos que se acercaron al Maestro pidiendo su sanación. No sabemos si fueron o no curados. Sí sabemos, a partir de los escuetos datos evangélicos, que estuvieron junto al Señor perdidos entre la multitud, que escucharon su palabra, que se cruzaron, siquiera un instante, con su mirada divina. No todos fueron sanados. Es más, pudiendo hacerlo, Cristo no los curó a todos de una vez. Él, que quiso experimentar en su propia carne toda la debilidad de nuestra humanidad, dejó sin resolver ni curar aquellos sufrimientos, injusticias, pobrezas, dolores y males que allí, ante Él, tenían rostro concreto. Toda una lección de omnipotencia divina y de señorío sobre el mundo.
¿No ves que todo, absolutamente todo, se vuelve relativo cuando se vive desde Dios? Desde la atalaya de este único Absoluto todo se queda en poco, y aun en nada. Cualquier dolor, sufrimiento, injusticia, necesidad, la salud, honra o afectos, la vida misma, se va relativizando y achicando cuando aprendemos a vivir con el alma muy puesta en Aquel que es el único definitivo e inmutable. Nuestra verdadera dolencia y enfermedad está en el corazón, tan pequeño y miserable que termina sepultado entre los escombros de su propia fragilidad. Un corazón tan herido por el pecado que fácilmente se ciega con el espejismo de nuestros relativos humanos. En aquellos enfermos veía el Maestro tantos corazones necesitados de esa otra sanación espiritual que sólo Él puede dar. Pero había que esperar a la Cruz. Aquel Dios crucificado, que así quiso gustar del dolor de los hombres, que se dejó tocar por las manos del sufrimiento, sigue hoy sobre el altar curando el pecado del mundo, dejándose tocar por las manos, también enfermas, del sacerdote.

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