lunes, 29 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón providente de Cristo, ruega por nosotros.

Si tu mano paterna no cesa de alimentar a las aves del cielo, de acariciar la gloria de los lirios del campo (cf. Mt 6,25ss.), de revestir de hermosura la creación más insignificante, ¿cómo puede ser que mis ojos no descubran tu gracia solícita detrás de todos los recodos de mi existencia? Nada escapa a tu acción providente, nada hay que Tú no conozcas y permitas y, sin embargo, yo sigo empeñado en gobernar mi vida subido en el trono de mi autosuficiencia. Los agobios, dolores, imprevistos o preocupaciones serían distintos si los viviera con una mayor conciencia de ser el hijo amado y predilecto de este corazón providente de Cristo. ¿No conoce Él ya todos mis afanes, mis límites, mis posibilidades? ¿No sabe Él mejor que yo lo que más me conviene para mi bien espiritual? ¿Por qué, entonces, esas impaciencias, tristezas, enfados, prisas y pesimismos ante acontecimientos imprevistos o situaciones que me superan? La serenidad de ánimo y la paz interior son el sello que distingue a los que se apoyan sólo en el sólido fundamento de la fe en la mano providente de Dios.
Tu providencia sostiene mi vida, como madre vigilante y solícita, que lleva en brazos la fragilidad del hijo pequeño. Nada escapa a tu mirada y a tu acción, pero sin violentar el tesoro de mi libertad. Tu Corazón providente se adelanta siempre a mis deseos y preocupaciones, aunque muchas veces no vea ese amor solícito de Padre, tras las apariencias difíciles y contradictorias. En ese amor providente he de saber descansar, confiando a esa mano solícita cada momento de mi existencia. Los lirios del campo y las aves del cielo no saben de ese amor que les viste y les sostiene y, sin embargo, hablan de la gloria divina que reciben. Tú vales más que los lirios y las aves, pues la gloria de Dios habita en ti.

sábado, 27 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón de buen pastor, ruega por nosotros.

Conoces íntimamente a tus ovejas, a cada una la llamas por su nombre, das la vida por ellas. En cada acontecimiento inesperado o aparentemente absurdo, en cada dolor, fracaso o sufrimiento, en todos los instantes de mi jornada, eres siempre el Buen Pastor, que me busca solícito para llevarme sobre sus hombros y recorrer conmigo el camino de mi vida. Corazón de Buen Pastor, que no escatimas deseos, amores y gracias, con tal de atraer hacia Ti un poco del amor y correspondencia de tus ovejas. ¡Cómo me cuesta adelantarme a las necesidades de los demás! ¡Cuánto me molesta e incomoda estar disponible para servirles sin medida ni regateos, para acompañar sus agobios y soledades, para calmar sus heridas! ¿Cómo no ofrecer mis hombros para que otras ovejas, todos los hombres, descansen en ellos y se apoyen en mí, para ayudarles a seguir caminando juntos hacia el Padre? Hay todavía muchas ovejas que no son de este redil y que esperan de ti que seas su cayado y pastor.
Has de conocer la voz de este Buen Pastor, si no quieres desviarte por caminos equivocados. Tantos lobos están siempre acechando, esperando el momento idóneo y buscando el modo más sutil de robarte el alma. No quieras separarte del redil de la Iglesia, pues es la Esposa quien mejor conoce la voz inconfundible del Esposo. Corazón de Buen Pastor, que cuidas los apriscos donde resguardar el alma y conoces los verdes pastos donde me llevas a descansar. Sólo siendo tu oveja podré ser para otros pastor y cayado y llevar en mis hombros las cargas de tantos hermanos, que sufren sin la fuerza de Dios. En el redil de tu Corazón entrañable quisiera yo descansar, viendo en tus divinos ojos el amor vigilante de quien conoce y abraza cada una de sus ovejas.

jueves, 25 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón martirial de Cristo, ruega por nosotros

“Tengo por cierto que los padecimientos de esta vida presente no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros” (Rm 8,18). Se habla poco de martirio y, sin embargo, el día a día de nuestra vida está cuajado de oportunidades pequeñas y escondidas en las que poder entregar la propia vida para dar testimonio de Dios. Mi bautismo me impele a ser testigo de Cristo con el testimonio constante y discreto, a veces oscuro y desapercibido, de mi vida martirial cotidiana. Corazón martirial de Cristo, que en cada segundo de tu existencia, en cada gesto, en cada palabra, en cada actitud, fuiste entregando tu vida como testigo predilecto del Padre, y llevaste esa ofrenda hasta el culmen de la Cruz. ¿Cómo puedo contemplar la Cruz y, a la vez, conformarme con un Evangelio fácil y amorfo, libre de trabajos, dolores y dificultades? ¿Cuándo aprenderé a amar la Cruz y vivir en ella esa dimensión martirial tan propia y definitoria de mi fe?
Hasta que no aprenda a morir a mí mismo, a mis faltas y pecados, no comprenderé la Cruz, ni el martirio. Has de saber dar tu vida por Dios, en cada instante de tu jornada, en las incontables ocasiones que te salen al paso. No sueñes con una entrega martirial, que quizá nunca vendrá, cuando no estás dispuesto a dar ese poco de tí mismo, que te pide Dios en lo pequeño. Hay muchas formas y ocasiones de dar nuestra vida por Dios, pero siempre has de buscar sólo su gloria, si quieres que esa entrega sea fecunda. El primer mártir del Padre fue Cristo, que aprendió a dar su vida recibiéndola de su Madre María. No quieras ir tú por caminos diferentes de los que enseña el Evangelio y, ya que algún día la vida te será arrebatada, entrégala ya desde ahora en manos de Aquel que es su único dueño.

martes, 23 de junio de 2015

XIII ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN CANÓNICA DE LA STMA. VIRGEN DEL ROSARIO CORONADA

Como es habitual cada año y con éste son ya trece, celebramos eucaristía en honor de nuestra Sagrada Titular, la Santísima Virgen del Rosario en su Aniversario de la Coronación Canónica. La Santa Misa será (D.M.) el próximo sábado día 27 de junio a las 20.30 h, comenzando el rezo del Santo Rosario sobre las 20.00 h. Esperamos que todos los hermanos y devotos nuestra patrona acudan a celebrar ésta efeméride tan especial para toda Fuengirola.

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón apostólico de Cristo, ruega por nosotros

“Que el mundo conozca que Tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí” (Jn17,23). El Padre nos entregó para siempre a Cristo, su verdadero Apóstol. Como una madre lleva a su criatura, como un padre cuida de su hijo, así nos lleva y nos cuida Dios, hasta que los suyos, nosotros, conozcamos que el Padre nos ama como ama a su Hijo unigénito. Si no me importan las almas es que no me importa mi Dios. Si no vivo mi apostolado como algo que debe atravesar en profundidad cada minuto de mi jornada y de mi actividad es que todavía no he empezado a latir al unísono con el corazón apostólico de Cristo. Corazón entregado hasta el extremo a los hombres, a todos sin excepción, a cada uno de manera personal, a mí. Mientras no me duela el mundo sin Dios, mientras siga posponiendo mi entrega apostólica a mis múltiples y legítimas excusas, mientras siga optando por un cristianismo ramplón, mediocre y conformista, las almas seguirán esperando que alguien, tú y yo, les acerque a Dios, y Dios seguirá esperando que alguien, tú y yo, correspondamos a su gracia y extendamos a todos la eficacia salvadora de la Cruz de Cristo.
No nace el apostolado donde no hay mucha vida interior y mucha contemplación de Aquel a quien tenemos que anunciar. Corazón apostólico de Cristo, que no escatimas esfuerzo  por acercarte a mi vida y entrar en mi alma, que te das sin medida a cuantos te buscan y se te acercan. Me envías en tu nombre, como Tú fuiste enviado en nombre del Padre, para que todos los hombres entren por caminos de salvación. En tu Corazón entregado aprendo yo a llevar, en el seno de mi oración, la vida de aquellos que Tú me has confiado. Por ellos, por Ti, he de saber entregar mi vida, sin esperar a que otros hagan lo que a mí se me pide.

viernes, 19 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón de Jesús, predilecto del Padre, ruega por nosotros

Aquel día en el Jordán, mientras salías del agua y se abrían los cielos, el Padre proclamó que, desde siempre, Tú eras su Hijo amado, aquel en quién Él tiene todas sus complacencias. Corazón de Hijo amado, en cuya eterna predilección también el Espíritu se recrea. Corazón predilecto, que asocias a tu eterno misterio la nada y la pequeñez de mi vida, amadas desde siempre con dilección única y exclusiva. ¡Cómo no amarte a Ti, y sólo a Ti, en todo y en todos, aunque brillen espejismos de tantos otros amorcejos, que cargan de lastre inútil el verdadero amor! Cuánto cansan las criaturas, cuando no te ofrezco la indiferencia, la incomprensión, la ingratitud, el olvido, el egoísmo o la soberbia repletas de un amor único y exclusivo a Ti, sólo a Ti. Cómo se va enfriando mi correspondencia cuando dejo que el pecado, la mediocridad, la tibieza o la comodidad empañen ese amor que te debo a Ti, por encima de todas las cosas. Y cómo reclama el corazón aquello más suyo y más íntimo, tu amor de predilección, cuando se derrumba vacío ante las cosas y las personas que no llenan.
Yo también soy tu hijo predilecto. Así me amas y aceptas, como aquel que me tiene tanto amor que da la vida por mi. Así debería yo amar a todos, como hijos predilectos de ese Padre de los cielos, que tiene en ellos todas sus complacencias. Tu predilección de Padre colma todos esos deseos recónditos que alberga el alma. Corazón predilecto de Jesús, que tienes en mi todas tus complacencias, por encima de tanta limitación y pecado. Dáme ese sentir de hijo, que busca evitar todo aquello que ofusque y empañe tanto amor de Padre. Que en ese Corazón tan amado busque yo toda mi complacencia y mi descanso, buscando darle toda mi correspondencia.

lunes, 15 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón obediente de Cristo, ruega por nosotros

Obedeciste a la voluntad y al querer del Padre hasta la muerte y una muerte de cruz. Obedecías siempre al Espíritu Santo, que internamente alentaba y ungía de divinidad cada uno de los momentos de tu existencia. Obedeciste a José, en cuya paternidad Dios Padre descansaba complacido. Obedeciste a María, de quien recibiste, en lo humano, toda tu forma y figura. Obedeces a la Iglesia esposa, como el esposo que sigue entregándose hasta el extremo. Obedeces al sacerdote, con esa docilidad y mansedumbre que sólo un amor de proporciones divinas es capaz de explicar. Tú siempre sumiso e inclinado a la voluntad ajena, mientras mi vida transcurre doblegada ante el trono de mi propio querer y voluntad, apuntalando más y más mi propio «yo», con buenas dosis de soberbia. Siendo Dios, tuviste que enseñarme a ser hombre, precisamente la noche de Getsemaní, cuando el amor te arrancaba aquel “…mas no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Cuánto me cuesta inclinar mi querer y mi voluntad ante las circunstancias que no entiendo o me sobrepasan. Cuánta resistencia a obedecer, no con la resignación de un soldado sino con el espíritu y las actitudes de Cristo, a todos los que tienen alguna autoridad sobre mí. La clave de tu obra redentora fue tu obediencia sin límites al querer del Padre, mientras yo me invento mis propios caminos de salvación, centrados en mi propio capricho y voluntad.
Corazón obediente de Cristo, que te humillaste hasta el extremo de la Cruz y pasaste por el anonadamiento del sepulcro, para enseñarme a mí el valor de la obediencia a Dios, a través de los cauces humanos de la autoridad. Que no sea esclavo de mí mismo, claudicando ante el imperio de mi propio criterio y querer, pues amas más la obediencia del hijo que la tiranía de mi voluntad.

domingo, 14 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón eucarístico de Cristo, ruega por nosotros

¡Cuántos eternos anhelos, escondidos desde siempre en el corazón trinitario de Dios, se vieron colmados y satisfechos aquella tarde en el cenáculo de Jerusalén! ¡Cuántos deseos ocultos, cuántas aspiraciones profundas depositó el Señor en aquel cuerpo que se entregaba en la Última Cena! Corazón eucarístico de Cristo, tan enamorado de mi pobre y caduca humanidad, que quisiste compartirla hasta el final de los tiempos, haciéndote comida de inmortalidad. Compañero y confidente de amores y soledades, sed ardiente que buscas ese poco de mi vida donde poder crucificarte, te haces mi altar y mi pan para que yo ofrezca contigo al Padre mi Eucaristía de todos los momentos y de todos los días. Carne eucarística traspasada de amores, bella y hermosa por su callado anonadamiento, carne en la que adoro aquel seno virginal y materno de María que te entregó al mundo.
“Te adoro con amor, divinidad oculta, verdaderamente escondido bajo esas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo y se rinde totalmente al contemplarte”. Quisiera hacer de la Eucaristía el centro y motor de mi vida. Quisiera necesitarte más, desearte más, en ese poco de pan y de vino, sin los que no podría dar sentido a cada una de mis jornadas. Cuántos momentos de Eucaristía, de ofrecimiento, de acción de gracias, de súplica y de intercesión, alientas silenciosamente en mi alma, en el ruidoso trajín del día a día. Corazón eucarístico de Cristo, que desde siempre deseaste unirte a mí, en la comunión de cada una de mis Eucaristías.
Corazón eucarístico, que lates al unísono con el corazón de tu esposa, la Iglesia Madre, que lleva en su seno el pan de la Eucaristía. Dame hambre y sed de Ti, para que no encuentre ya gusto en las apariencias amargas y desabridas de este mundo.

sábado, 13 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón pobre de Jesús, ruega por nosotros

Lo diste todo. Hasta despojarte de tu condición divina y tomar la condición de siervo (cf. Flp 2,7). Te hiciste el más pobre de los hombres sólo porque así quería el Padre que se operase la redención. ¡Cuánta pobreza y cuánta nada en aquel seno virginal de María! ¡Qué corazones tan pobres los de aquellos apóstoles que iniciaron la Iglesia! ¡Cuánta pobreza y cuánto despojo en la Cruz! ¡Cuánta pobreza en las manos del sacerdote que te ofrece en la Eucaristía! Y, sin embargo, sólo en esa pobreza encuentras tu delicia y puedes manifestar tu omnipotencia.
Corazón pobre y libre de Jesús, que tanto amas la pobreza de mi vida, no dejes que me esclavice la avaricia de mi propio «yo», ese tesoro podrido y sin brillo que no estoy dispuesto a dejar perder. Cuántas ambiciones humanas, cuantas posesiones inútiles, cuántos apegos y seguridades, cuántas compensaciones, que enredan el corazón y lo atan, como grilletes, a los oropeles y bagatelas engañosas de la propia honra. No quiero entender que las obras de Dios nacen sólo allí donde hay mucha desnudez y pobreza interior. Y se me pasa la vida en ambicionar esas migajas de honra, buena fama y poder, que me hacen aparentar ante los demás lo que no soy, sólo por esconderme ante mí mismo los defectos y limitaciones que no me gustan.
Mi pobreza es el trono de la misericordia de Dios, pero yo me empeño en triunfar agarrándome al pedestal de mi autosuficiencia. Corazón pobre de Jesús, cuya única ambición era la gloria de Dios y el amor al hombre, enseñame a desprenderme del lastre de mis ambiciones, egoísmos, intereses personales, que tanto obstaculizan la acción de Dios en mi vida. En mi pobreza espiritual tendré siempre mi mayor riqueza, aunque los ojos del mundo no sepan apreciar el brillo de esa nada.

viernes, 12 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Hoy celebramos el Purísimo corazón de Cristo, ruega por nosotros

Sólo un amor llenaba tu Corazón: el Padre. Sólo un deseo ardiente impulsaba cada uno de los latidos de tu ser: la voluntad del Padre. Y sólo una fuente, un motor que lo movía todo, el Espíritu Santo aleteando dentro de ti, ungiendo sin cesar cada uno de los rincones de esa carne continuamente ofrecida y consagrada al Padre. Toda tu virgínea pureza no podía sino ser expresión, en lo humano, de esa divinidad, que se ocultaba en aquel cuerpo virginal y en aquel corazón tan puro y transparente. Toda la plenitud de ese amor al Padre, al que no negaste ni una gota de entrega y de correspondencia, llenaba hasta saciar los más recónditos deseos y anhelos de aquel corazón que, sin dejar de ser humano, estaba sólo centrado en lo eterno. Y de esa plenitud quedaban todos impregnados cuando te trataban y se reconocían amados singularmente, de forma única e irrepetible, con ese amor solícito y concreto que siempre va por delante.
Sólo el amor a Dios purifica y universaliza los afectos, sin que pierdan, por ello, una brizna de su más hermosa humanidad y concreción. Mis afectos, mis amores, mis cariños, sólo serán auténticos y verdaderos cuando dejen de centrarse en mi soberbio «yo» y vuelen ligeros sólo hacia Dios. Deja que su gracia te llene a rebosar, purifique tus afectos y tus amores, y verás que amarás a todos, con la limpieza y libertad con que el mismo Corazón de Cristo amó singularmente a cada hombre. En ese Corazón virginal has de encontrar la fuerza para colmar tus soledades afectivas, tus limitaciones en el amor, tus imperfecciones en la caridad. Ama a Dios, por encima de todo, y podrás amarlo todo en Él. No temas la esclavitud de otros amores, si la intimidad con Dios, su gracia, la belleza incomparable de su amor llena todos los rincones de tu alma.

jueves, 11 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón alegre de Cristo, ruega por nosotros

Pocas veces nos narra el Evangelio que Jesús lloró. Aquellas lágrimas del Maestro debieron grabarse profundamente en el ánimo de sus discípulos, acostumbrados como estaban a su porte majestuoso, lleno de serena alegría y de un gozo permanente. Ni siquiera nos dicen los evangelistas que Jesús llorara durante su pasión, o cuando le crucificaron, o cuando vio a su Madre, llena de dolor, al pie de la Cruz. La alegría de Cristo nacía de aquel íntimo gozo que le proporcionaba saberse uno con el Padre. Aun en los momentos en que más pesaba la Cruz, no perdió el Señor aquel gozo íntimo, nada estrepitoso, siempre discreto y permanente, que nacía sólo y siempre de su ardiente deseo de hacer la voluntad del Padre. También en Getsemaní aquel gozo íntimo del Padre sostuvo la lucha del amor.
¡Cuántas risas vacías esconden inútilmente mis tristezas y desánimos! ¡Cuántas máscaras y caretas de alegría hueca y ruidosa con las que pretendo esconder mi mediocridad y mi falta de unión con Dios! Mi falta de alegría, mis tristezas, mis desánimos, mis pesimismos, todo se difumina cuando el corazón contempla enamorado el alma alegre de Cristo en la Cruz. Allí, en el momento de mayor dolor y oscuridad que jamás hombre alguno ha vivido, debió vivir también el Señor el momento de mayor gozo interior y sobrenatural que jamás nadie aquí puede imaginar.
Poco sabes de Dios, si poco sabes del gozo de la Cruz. Porque sólo en ella se gusta y saborea al vedadero Dios, si unes tu cruz a la suya. Corazón alegre de Cristo, que sufriéndolo todo, quisiste así hacerte sostén y fuente de mi propia alegría. El mundo no sabe ser feliz, porque no sabe sufrir con Cristo y encontrar en su Corazón adorable el remanso de paz del que nace el verdadero gozo interior.

miércoles, 10 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón sepultado de Cristo, ruega por nosotros.

Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto (cf. Jn 12,24). ¡Cuánta fecundidad, cuánta vida albergó la tierra al acoger en su seno aquel cuerpo desclavado de la Cruz! Corazón sepultado, anonadado hasta el extremo de confundirse con la tierra y llegar al límite de la nada, sólo por enseñarme el amor del ocultamiento. Corazón llorado por Pedro, anhelado y buscado por Magdalena, esperado con fe por María Madre, en las horas del silencio orante de aquel sábado santo. Corazón depositado en el sepulcro, ¡nada sabes de grandezas humanas, Tú que eres la medida misma de toda grandeza!
Morir a mí mismo, a mis honras y ambiciones tan humanas, a mis vanaglorias y altanerías, a mis hipocresías y engreimientos, sepultando en tu Corazón todo ese «yo» que se empeña con soberbia en negar que está hecho de tierra y más tierra. Tú, que en cada comunión vuelves una y otra vez a enterrarte en el sepulcro de mi propia tierra, me enseñas así a sepultarme contigo, muriendo siempre un poco más a ese «yo» que busca tenazmente el relumbrón y la apariencia.
Habré de aprender Contigo a enterrarme en lo oculto de esa voluntad de Dios, que se me hace áspera, difícil o absurda. Enterrarme en lo escondido del cumplimiento diario del deber, en la fe de la monotonía y rutina cotidiana, en el anonimato  del mundo y de los hombres, para vivir sólo cara a Dios. Sea mi alma para Ti, Señor, ese sepulcro nuevo, en donde repose tu cuerpo y tu vida, en espera de la resurrección. Corazón sepultado de Cristo, que bajaste por mí al abismo de la muerte, me enseñas a vivir sólo para tu gloria, sin más tierra que tu amor y compañía. Tú, que me sepultaste contigo en el Bautismo, me esconderás un día para siempre en el cielo de ese Corazón, que late desde siempre vida eterna.

lunes, 8 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón paciente de Jesús, ruega por nosotros

La paciencia es la confianza y la espera de los fuertes. Corazón paciente es el que sabe sufrir en paz. Sin protestar, sin pedir explicaciones, sin querer entender, sin desear que la prueba pase, sin aceptar ni amar nada que no sea la voluntad de Dios en ese momento. La verdadera paciencia –esa que no es mera resignación humana– nace de la fuerza de Dios, que habita en nosotros.  No es voluntarismo. Ni siquiera es condescendencia, o altruismo. Es fruto de esa caridad, que se alimenta de la contemplación de la paciencia de Cristo. Cuántas veces has experimentado en tu vida esa paciencia divina, que no se cansa de perdonarte siempre las mismas faltas, que sale en cada instante a tu encuentro, cada vez que vuelves cansado y desengañado del hambre de tantas algarrobas falaces y pasajeras.
Sólo el amor que mide sin medida es capaz de atisbar, en las pruebas y dificultades, la misteriosa caricia de la mano providente de Dios Padre. Y cuando parece que esa mano se cierra, o desaparece oculta detrás del denso misterio del dolor y de la prueba, nos queda aún esa otra mano invisible y oscura de la fe, con la que podemos asirnos más fuertemente, si cabe, al amor del Padre. ¿Quieres saber cómo debería ser la medida de tu amor paciente? Mira a la Cruz. Allí tu dolor quedará empequeñecido y tu amor se hará fuerte y magnánimo. Contempla también el corazón paciente de la Virgen Madre, en quien el Verbo encarnado aprendió las formas de su paciencia.
El Señor siempre espera. Aprende tú también a tener paciencia, contigo mismo y con los demás, según las formas de Dios. La impaciencia se inquieta por lo que nos molesta, o por lo que no acaba de llegar. La paciencia, en cambio, nos hace estar y permanecer, como María, al pie de la Cruz.

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón callado de Jesús, ruega por nosotros

Jesús, acusado ante el Sanedrín, sólo respondió con el silencio. Presentado ante Herodes, burlado y despreciado por su guardia, Jesús volvió a callar. Antes, había entrado triunfante en Jerusalén, y ante la aclamación exaltada de la muchedumbre también el Señor calló. Aquel que era la Palabra del Padre y que descansaba entre la gente contándoles las parábolas del Reino, también sabía hablar con el silencio.
El silencio es una delicada expresión de acogida interior. Si el lenguaje auténtico es el que nace del amor, también el amor se mide con el silencio. Amor de silencio es el lenguaje de Cristo en tantos sagrarios solitarios. Amor de silencio es el Espíritu Santo actuando ocultamente en las almas. Amor de silencio y de acogida fue María en la Encarnación del Verbo. Amor de silencio habló el Verbo oculto en el seno virginal de María. Amor de silencio fue el de Cristo sepultado, esperando oculto en el seno de la tierra. Amor de silencio es también el que se esconde detrás de tanto pecado de los hombres.
¡Cuántos silencios hablan de sosiego y delicadeza en el amor! ¡Cuántas palabras ociosas y vacías, que no dicen nada, por las que se nos desparrama ese poco de vida interior que nos quedaba! ¡Cuánto ruido interior hace a veces ese «yo» que reclama a gritos sus pretendidos derechos y su ilegítimo señorío! Has de aprender a callar, si quieres aprender a ser otro Cristo. Has de hacer silencio en el alma, si quieres que resuene en ti el Espíritu, la voz del Padre.
Sólo en el silencio de tu alma aprenderás a oír esos silencios de Cristo, en los que tanto nos habla su Corazón enamorado. Jesús, Dios callado y silencioso, que buscas el silencio de mi alma para hablarme allí toda tu intimidad. Enseñame esas hablas divinas, que tanto gustan a quien las llega a alcanzar.