lunes, 29 de junio de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

Corazón providente de Cristo, ruega por nosotros.

Si tu mano paterna no cesa de alimentar a las aves del cielo, de acariciar la gloria de los lirios del campo (cf. Mt 6,25ss.), de revestir de hermosura la creación más insignificante, ¿cómo puede ser que mis ojos no descubran tu gracia solícita detrás de todos los recodos de mi existencia? Nada escapa a tu acción providente, nada hay que Tú no conozcas y permitas y, sin embargo, yo sigo empeñado en gobernar mi vida subido en el trono de mi autosuficiencia. Los agobios, dolores, imprevistos o preocupaciones serían distintos si los viviera con una mayor conciencia de ser el hijo amado y predilecto de este corazón providente de Cristo. ¿No conoce Él ya todos mis afanes, mis límites, mis posibilidades? ¿No sabe Él mejor que yo lo que más me conviene para mi bien espiritual? ¿Por qué, entonces, esas impaciencias, tristezas, enfados, prisas y pesimismos ante acontecimientos imprevistos o situaciones que me superan? La serenidad de ánimo y la paz interior son el sello que distingue a los que se apoyan sólo en el sólido fundamento de la fe en la mano providente de Dios.
Tu providencia sostiene mi vida, como madre vigilante y solícita, que lleva en brazos la fragilidad del hijo pequeño. Nada escapa a tu mirada y a tu acción, pero sin violentar el tesoro de mi libertad. Tu Corazón providente se adelanta siempre a mis deseos y preocupaciones, aunque muchas veces no vea ese amor solícito de Padre, tras las apariencias difíciles y contradictorias. En ese amor providente he de saber descansar, confiando a esa mano solícita cada momento de mi existencia. Los lirios del campo y las aves del cielo no saben de ese amor que les viste y les sostiene y, sin embargo, hablan de la gloria divina que reciben. Tú vales más que los lirios y las aves, pues la gloria de Dios habita en ti.

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