miércoles, 29 de abril de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mt 16,15).

Impresiona ver en los relatos evangélicos que los demonios, cuando se encuentran con el Señor, se postran ante El y confiesan abiertamente que es el Hijo de Dios. Los fariseos, en cambio, se escandalizan y consideran un blasfemo al Señor cuando les explica que El y el Padre son uno. En la parábola del Hijo pródigo, si bien se habla de dos hijos, sólo uno de ellos conoce el verdadero corazón de su Padre y se deja abrazar por él. De entre los apóstoles, sólo Pedro se atrevió a afirmar ante el Señor que era el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y el mismo Señor, en más de una ocasión, alaba el ejemplo del samaritano o la fe de la cananea, es decir, de aquellos que no pertenecían al pueblo escogido de Yahvé.
¿Cómo es posible que los demonios, o aquellos que los judíos de la época consideraban paganos, afirmen y crean en la divinidad de Cristo de forma más clara y nítida que los propios apóstoles? ¿Cómo es posible que lleves en la Iglesia tanto tiempo, que cumplas con tantos ejercicios de piedad, que vayas a Misa diariamente, que conozcas el evangelio al dedillo o que frecuentes un grupo apostólico y tu fe sea tan protocolaria, tan formal, tan acomodada a los mínimos y tan incoherente?
Para muchos, Cristo es sólo una ideología, una excusa para buscar sus propios intereses o para hacer carrera, alguien que les complica la existencia, un recurso mágico para las ocasiones de peligro o necesidad, o, simplemente, un extraño aunque oigan hablar de El todos los domingos en Misa. ¿Quién es Cristo para ti?

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