viernes, 27 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

La señal de la Cruz

La señal de la cruz debería ser un signo habitual en la vida de todo cristiano. Hacer la señal de la cruz al iniciar y acabar el día, al empezar nuestra oración diaria, cuando nos disponemos a trabajar o estudiar, al salir de casa, al bendecir la mesa o al terminar de comer, ayuda a ir poniendo a Dios en los momentos y circunstancias más destacadas de nuestra jornada.
En cada señal de la Cruz adora agradecido las manos traspasadas de Cristo, sus pies heridos, su cabeza cubierta de espinas, su costado abierto, su Corazón traspasado. Besa con el alma cada uno de esos sufrimientos del cuerpo y del alma de Cristo, pidiendo que esa salvación de la Cruz sea realmente eficaz en tu vida y en la de tus hermanos, los hombres. Marca con ese gesto de la cruz tu vida y tu persona, para que el misterio de Cristo crucificado vaya empapando cada uno de tus sentimientos y actitudes.
Si nos doliera el pecado de los hombres y la mediocridad que adormece a tantos cristianos, no nos importaría el rastro de todas esas heridas y sinsabores, que va dejando en el alma nuestra entrega apostólica. Cuánto sufrimiento se pierde en vano, sin llegar a tener alcance oblativo y redentor, porque lo vaciamos de Dios y no lo asociamos a la Cruz de Cristo.
Pero, nos repele la Cruz y huimos de ella, porque nos asusta e incomoda esa parte de nuestra fe cristiana que nos habla de una salvación a base de Calvario y Getsemaní. Diluimos el Evangelio en el agua de nuestras comodidades y tibiezas, reduciendo nuestra fe cristiana a una mera ideología del bienestar espiritual. Acostúmbrate a hacer a menudo la señal de la Cruz, para que no olvides nunca que fuiste y eres salvado en Cristo. Abrázate a ella, como se abrazó la Virgen Madre a ese bendito madero, mientras descolgaban de él a su Hijo ya muerto. Que ese signo de la Cruz sea, de verdad, el distintivo de tu vida.

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