viernes, 6 de febrero de 2015

UN RATITO CON EL SEÑOR

“Alzó los ojos al cielo” (Mc 6,41) Sin darnos cuenta, el inevitable quehacer del día a día va erosionando nuestro deseo de Dios, nuestra visión de fe sobre las cosas, la atención interior a la presencia de Dios en el alma, el sentido sobrenatural de los acontecimientos. Nos pueden los agobios, las necesidades y los tiempos que marca ese afán diario que llevamos a cuestas como una pesada losa. Y terminamos por meter en el mismo saco de los deberes y obligaciones las cosas y los tiempos de Dios, sin terminar de creer que es precisamente ahí, en Dios, en donde encontraríamos el vigor espiritual y, al mismo tiempo, el descanso necesario para sobrellevar con espíritu cristiano esa losa pesada del día a día. Ese lastre de ruido interior, de ambiciones excesivamente mundanas, de prisas y activismo estéril, de desorden en el horario, va generando en el alma una especie de miopía espiritual que nos impide ver desde Dios, con visión y sentido sobrenatural, esas pequeñas o grandes cosas que tejen nuestra vida diaria. Cuentan los evangelios cómo Jesús tenía la costumbre de alzar la mirada al cielo, al Padre, allí donde estaba su amor y su todo. Más allá del angosto horizonte del pecado, de la miseria humana, de los dolores y sufrimientos de tantos enfermos, de la incredulidad y ceguera de los suyos, de las críticas, incomprensiones y torcidas intenciones de algunos fariseos, de la urgencia con que la gente le pedía remedio a sus enfermedades, de las injusticias de todo tipo que también él debía padecer, Jesús no dejaba de elevar sus ojos al Padre. La oración de la mirada es la oración del alma que va aprendiendo a ver, con visión sobrenatural, con los ojos de la fe, todas las cosas, acontecimientos y personas que tejen el día a día de nuestra vida. Cultivar esa oración de la mirada es no plegarse a esa otra mirada mezquina y corta que no tiene más centro y medida que el ombligo de nuestro propio egoísmo y soberbia. Por encima del pequeño horizonte de tus problemas, has de aprender a vivir alzando a menudo los ojos de tu alma al cielo, a ese Jesús en quien has de encontrar el sentido y el descanso a todos tus trabajos.

Alfonso Gómez Manzanares - Hermano Mayor

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